¿Que es el amor? Amor es... una palabra. Pero no cualquier palabra. Es una palabra llena, repleta, que rebalsa de significación y, como todo lo que está lleno, está vacío. Pero... ¿cómo es esto? Pensemos el amor, para ver que sabemos...
Porque para saber necesitamos pensar, para pensar necesitamos distinguir y para distinguir necesitamos percibir contrastes, esa es la razón por la que, sin contrastes, todo y nada son lo mismo, lo lleno y lo vacío, también.
Nos dedicaremos en este arrebato intelectual al amor que se da en una relación de pareja -aquel que desvela a muchos desde los días postreros de la pubertad- aunque a veces, como se verá, trasciende este tipo de relación e involucra toda dimensión relacional.
El amor tiene tantos aspectos que es dificil abarcarlo en una palabra. Sin embargo lo ponemos en palabras, lo sujetamos entre ellas. Amor: término vapuleado y abusado, víctima de las buenas (o no tanto) intenciones de quienes decimos amar...
Podemos hablar del amor. Mucho o poco, alto o bajito, casi susurrante; "largo y tendido" o "cortito y al pie". Podemos creer que sabemos lo que es el amor. Podemos intentar balbucear la diversidad que se esconde detrás de esa palabra y que habita nuestros cuerpos. Si, nuestros cuerpos, no las almas, porque lo que sentimos, lo sentimos "en el cuerpo" y porque sin cuerpo no podemos sentir (como sentimos), ni hablar (como lo hacemos). (Dirigida esta digresión a los partidarios del dualismo radical).
Podemos vivir, morir o matar por amor. ¡¿Como es esto posible?! ¿Puede el amor involucrar violencia y destrucción? El amor dirigido, el amor sesgado, ¿es amor? ¿o solo lo es aquel que nos lleva a trascender nuestros propios límites y nos fusiona con toda la humanidad? En el amor confluye todo lo existente porque hablar de vida y muerte es hablar de lo existente. También porque mientras existimos, el mundo que nos importa y el que detestamos, ambos, existen.
Con mucha claridad el filósofo Compte-Sponville resume en la tradición amorosa occidental las nociones (griegas) de ágape y eros, haciendo el siguiente paralelismo (aquí algo modificado):
Dos aspectos complementarios y contundentes del AMOR. Puede ser controvertido circunscribir el amor erótico a uno mismo, cuando tradicionalmente se asocia al amor romántico, aquel donde uno sufre por amor y se alegra al poder darlo al ser amado: el eterno guión de las predecibles novelas...
Pero tras este disfraz el sufrimiento suele ser por el amor no correspondido, no satisfecho, donde el deseo propio no se ve colmado y donde el objeto de deseo no deja de ser, de algún modo, un objeto destinado, según criterios (o caprichos) propios, a la satisfacción de uno mismo, incluso en el momento en que uno "da amor". Por eso sucede que cuado tal amor se ve impedido por circunstancias fortuitas o debido al peso de una tradición sociocultural, o tiene lugar pero "nunca alcanza", debido a que el criterio (o capricho) de quien se ve impulsado por su deseo erótico prima por sobre la persona elegida, ese amor es un amor de sí mismo, un amor del "tomar" mas que un amor de absoluta entrega, es decir, un amor del "dar".
Compte-Sponville agrega algo más: no puede existir solamente el amor del "dar". Si hay intención, si hay propósito, si hay impulso o movimiento para dar, implícito está el tomar en el recibir, porque aquello que resulta de nuestro impulso se fusiona con su naturaleza y ese amor del tomar es "mi amor por mi"...
Tomemos el ejemplo de Jesucristo. Si llevamos el caso al extremo la crucifixión tuvo una intención, tuvo un propósito porque siempre que nos encontremos en contextos humanos existirán propósitos, atribuídos, producto de especulaciones o inventos, reales o ficticios, coincidentes o no. ¿El propósito de morir en la cruz ha sido aquel que nos relatan los evangelios? ¿Se trataba de hacer trascender un mensaje de amor universal, de mostrarse como ejemplo a seguir, de mostrar que "el camino" amoroso requiere la aniquilación del ego y la entrega absoluta para salvar a la humanidad? Todo esto son nuestras interpretaciones, nunca podremos conocer el mas íntimo sentir y pensar de Cristo al entregarse a la cruz aunque sí podemos atribuirle una intención, un sentido, un propósito en que el dar implica el tomar porque ese tomar le confiere sentido y procuramos hacer todo lo que hacemos con sentido.
El amor. Se trata entonces de un equilibrio entre el TOMAR y el DAR. Contrastes. Dualidades. Parece estar siempre presente la dialéctica de lo propio y lo ajeno, del YO y del OTRO, y el papel que jugamos uno y otro en una dinámica tan vital y útil como pesada y, acaso, necesaria.
¿Puedo amarte sin amarme? ¿Qué recibo al darte y qué al pedirte? ¿Puedo dar eternamente hasta desaparecer? ¿Puedo realmente entregarte mi ser? ¿Puedo demandar sin cesar hasta que desaparezcas? ¿Cuanto de amor hay realmente en todo esto?
El amor en un único aspecto es solo un intento vano, una ilusión degradada del amor...
Y aquí nos hallamos pensando al amor. Pensar el amor es categorizarlo, clasificarlo, y esto sirve para entenderlo, es decir, para entendernos.
¿Y por que es necesario entendernos? ¿Por que es preciso entendernos en el amor o, lo que es superador, amarnos en el entender?
Me atrevo a decir que la respuesta está en nuestra condición de humanos. Este entender trasciende lo cognitivo-neuronal, es un entender abarcador que me dirige al otro para comprenderlo, que es abrazarlo y en ese abrazo se expresa mi amor, no solo en el impulso, que es su causa. ¿Cuantas veces hemos dado lugar al amor hacia otro a través del conocer(lo), del comprender(lo)? ¿Y a nosotros mismos? (¿Nos conocemos?) ¡Y cuántas el amor no ha tenido lugar ante lo extraño, lo ajeno!. Es preciso el abrazo. Porque un abrazo es abrazarnos, si nó es agarrar, colgarse, retener, pero nunca un abrazo. Y así comprender, para permitimos un mundo que se ensancha junto a la presencia del otro. Una y otra vez. Para así ser "con otros". Es como un amar antes de amar, lo que es un amar para amar. Es permitirnos tomarnos un tiempo para conocer al otro, para amarlo y amarlo para conocerlo. En esta dinámica, aparece primero el ágape, una entrega de uno mismo en todas direcciones, para hacer lugar al eros, circunscripto, preciso, desde donde tomar lo que el amor genera y devuelve. Un proceso de reintegración.
"Ah, ahora que lo entiendo...", "ahora que lo conozco...". ¿Quién no lo ha dicho alguna vez luego de juzgar negativamente o rechazar a alguien?. Conocerlo, comprenderlo, acercarlo. Se trata de captar, a nuestro modo, algo del mundo del otro y el perdón no es ajeno. El comprender lo hace posible. El perdonar rebosa de amor, permite la entrada a mi mundo de aquel que ha sido perdonado o el vuelo de ambos, de un modo muy particular y poderoso. Aunque se trate de un proceso y no de una simple declaración. Perdonar importa. Perdonar el agravio del que aun no he sido objeto y, sin embargo, temo (la causa del rechazo) y perdonar el que ya he sufrido. Perdonar es aceptar y aceptar es amar, pero amar desde un amor que no toma sino que crea y sostiene un espacio para dar lugar al dar del otro.
¿Cuánto nos duele la accion incomprensible, cuando nos es desagradable? ¿Cuánto inquirimos por una explicación? ¿Cuánto más doloroso es cuando proviene de alguien "que amamos" o "que nos ama"? Cuidado: preguntémonos no cuánto sino cómo nos ama "realmente" aquel que dice amarnos y cómo lo hacemos nosotros, es decir, cuáles son los actos que dan cuenta del amor que nos prodigamos.
Y si nó, perdonar. Pero para perdonar saludablemente es necesario primero, que el daño haya cesado, que las acciones dañinas hayan dejado de ocurrir, aunque en mi cabeza se repitan una y otra vez. Facilita el perdón que aquel que daña tenga un arrependimiento genuino. Esto hace al conocer, que es formarnos mutuamente, cada cual, una idea del otro, como semejantes.
Finalmente parece que una versión del mundo platónico de las ideas descendió para posarse sobre nuestros cerebros: solo interactuamos con la idea de lo que las cosas, las personas y el mundo son y nuestra idea de lo que las ideas son... Por eso, para comprendernos: formarnos mutuamente, cada cual, una idea del otro. Para que esa idea sea cabal, es necesaria la presencia del otro, si nó no sería una idea, sería un delirio.
¿Y si me hablan de amor pero, sin embargo, "éste no aparece"? Allí es cuando debemos dejar de hablar estrictamente del amor para abordarlo en sentido amplio, centrándonos en el más explícito acto de amor: la comunicación humana. ¿Puede verse cómo el amor y la comprensión siempre van unidos? Si el otro dice darme amor y yo no acuso recibo... ¿quién tiene la culpa?
¿Cual es tu idea del amor? ¿Es la misma que la mía? Expectativas. Ideas. Saber esto es fundamental a la hora de medir el amor para asegurarnos de que nuestra entrega es pareja. ¡Claro! "No vaya a ser que yo... esté poniendo demasiado de mi a cambio de... esta pequeñez que me ofrecés". ¿Esto es amor? Mas arriba dijimos que se trata de cómo nos amamos, no cuanto.
¿El amor es mensurable? Si es mensurable, medible, cuantificable, puede tener un precio. Solo se trata de variables de una ecuación. ¿Qué precio tiene el amor? ¡El que me das! ¡El que te doy! En tiempos "dinerarios" todo lo medible puede convertirse en pesos, dólares, euros... por eso, reitero: ¿cuánto vale el amor? Perdón. No es lo mismo hablar del valor que hablar del precio, por mas que tal semejanza abunde en nuestros días. No es lo mismo una hetaira(1) que una pornai(2). En fin, el dinero es una de las mil caras del valor: suplico que no reduzcamos éste último a papel moneda (susceptible además de falsificación, algo necesariamente ajeno(?) al amor).
En todo caso, más pasible de cuantificación es el sexo: la eterna prostitución puede dar fé de ello. También un matrimonio "por conveniencia" (¿prostitución encubierta o contrato legítimo?). Y pensar que antes del romanticismo estos intereses primaban en las cuestiones maritales... prole, mano de obra, tierra y reinados. La herencia (más que en su aspecto genético) entre los grandes pilares del matrimonio... Poco romántico, ¿verdad?. Suerte que el romanticismo vino a rescatar el "verdadero" valor del amor, para seguir sustentándo al matrimonio, no ya en la herencia (que es demasiado poco espiritual) sino desde la idea del amor...
La belleza. Condición sine qua non del romance. ¿Qué príncipe se ha jactado de jugarse la vida ante el dragón por una princesa horripilante? ¿Quién se jacta de amar lo horrible, lo detestable, lo vomitivo?. ¿Qué es lo que hace repugnante a lo horrible? ¿Cuantas veces lo horrible es lo extraño, lo ajeno a nuestra costumbre? Porque el estereotipo de belleza, por mas temporal o pasajero que sea flota en el aire, aunque cada cual pueda transformarlo, deformarlo y quedar originalmente (o no) atrapado en él.
El romanticismo es un modelo reciente (de unas pocas centurias, digamos) pero ya obsoleto en la posmodernidad del siglo XXI. Ahora "dadme un pelo y os diré tu parentesco". La genética es, en la práctica, un cañonazo al corazón del matrimonio actualizado (romántico), de dimensiones que ni siguiera podemos vislumbrar. Quizás las libertades sexuales recientes, gracias a los movimientos feministas, han favorecido a la convivencia en lugar del matrimonio que parece históricamente haber hecho lugar a la mujer solo en la primera parte de la palabra. Resulta interesante cómo el paso del tiempo ha permitido que por fortuna la ley, brinde cierta protección económica a la mujer casada. Esto, si bien es beneficioso, refrenda un concepto de mujer ligada a la dependencia. A esto parece reducirse la institución matrimonial donde de amor y romance, en los papeles, no quedan rastros.
Pero no todo debiera ser crítica contra el romanticismo, puesto que de su mano surgió la libertad, la expresión de la elección, una elección desde un sentir subjetivo permitido incluso, a la mujer. Esto queda en el trasfondo aunque a mi juicio no llega a irradiar su encanto en el matrimonio y la sexualidad actuales. Hoy se juegan muchos otros juegos, similares a los de los viejos tiempos pre-cristianos.
Sorprendente es que una influyente interpretación del cristianismo haya separado las aguas del amor: uno con sexualidad placentera, corporal y pasiones y otro con reproducción o abstinencia y represión desde la razón. ¿Será acaso por ello que en estos tiempos es difícil mantener estos límites tan demarcados y precisos? El intento empecinado de la cruz y de la espada (tempranamente en sociedad) por dividir al "amor"... ¿será su clamor para ser vivido integralmente la causa de este "retorno a la antigüedad" ¿Volveremos al descarnado humanismo griego o nos lo impedirán las enfermedades de transmisión sexual, como el SIDA?
Un momento. Hemos pasado del amor al sexo, ¿qué ha sucedido?. ¿Por qué juntamos y separamos sexo y amor con esta psicodelia esquizoide? Por el peso de una tradición sobre un punto en común que encarna el modo de vida que llevamos como humanos. El punto de intersección somos nosotros mismos, desde donde emerge tanto la pasión sexual como el respeto y aceptación por el otro y donde viven los valores religiosos, que nos hablan de amor en sus dos aspectos y que marcan divisiones fuertemente subjetivas... ¿Eros? Presente. ¿Ágape? Presente. Parece que vinieron todos. Ambos siempre han estado, y la tradición religioso-cultural marcó el doble aspecto del amor, una distinción tan necesaria para la trascendencia del ego que podría haber sido aclaratoria invitando al amor en su plenitud y que fue, sin embargo, distorsionadora y desintegradora, acaso por haber hecho foco en la represión del eros, en vez de en la exaltación del ágape...
Eros y ágape. En otro idioma hablaríamos quizás de "sexo" y "compañerismo": ese estar para el placer físico, la respuesta fisiológica, el goce psicofísico, la alegría del compartir (dar y recibir un pedazo de lo que cada cual elije), la confianza de la presencia mutua, la complementariedad en lo cotidiano, el apoyo, el refugio, el cuidado, el testigo persistente de nuestra soledad, de nuestra historia, el destructor del aislamiento en honor a la propia vida, para hacerla digna, además de lo que ya es: efímera.
Por todo esto el amor tiene dimensiones éticas (lo que está bien y mal), estéticas (lo sensiblemente apreciable como bello) y epistemológicas (el conocer). Toda la filosofía está en él. No en vano el "Banquete" platónico habla del amor y proclama el nacimiento de la filosofía (una y mil veces traducida como el "amor a la sabiduría").
Para saber hay que conocer pero, ¿que es la sabiduría? Para su presencia debe haber algo más que datos e ideas. Compte-Sponville nos habla del goce, de la alegría de estar, de vivir, de pasar mientras duramos... compartiendo nuestras soledades. Porque la soledad es aquello íntimo que persiste, en el pensamiento y el sentir y es de este modo como la sabiduría implica también al sentir. En la soledad reside aquello que no podemos transmitir aún cuando intentamos expresarlo, por ejemplo, cuando pensamos y escribimos acerca de algo que llamamos amor, tratando de entender qué nos pasa, tratando de encontrar(nos)... un sentido. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Es que no sabemos sentir sin saber? Otra vez. Saber. Sentir. ¿Será posible sentir sin saber? Sabemos que saber sin sentir no es saber y que amar sin sentir no es amar. Saber es palabra y acción puesta al servicio del sentir, para poder compartirlo cuando nuestra conciencia se hace presente. ¿Sería posible un compartir inconciente, instintivo? ¿O es que aquel con quien comparto aparece ante mi junto con mi conciencia, una conciencia del "nosotros"?
Compartir. Allí reside la esencia del amor, en la acción del compartir, una acción que nos comprende. Porque el tiempo pasa rápido y leve en el compartir y lento y pesado en el aislamiento, mientras parece ser que el ideal occidental es que transcurra lenta y levemente, para (yo) durar lo mas posible. ¿Cuanta vida sacrificamos y desperdiciamos en nuestro vano intento de que el tiempo retrase su marcha?
El dilema de la vida: cantidad o calidad mientras duramos lo que duramos... Sostengo que en el camino de la cantidad no encontraremos jamás la felicidad. La mera cantidad y el sentir no se llevan. El número es exclusivamente racional y carece del matiz y del juicio. El cuerpo no tiene lugar en él.
Esta es mi respuesta (mi propuesta), que es humana, demasiado humana, es decir, provisional, como toda opinión, como toda ciencia. Es una invitación a que compartamos nuestras soledades, cada cual la propia, y elijamos concienzudamente con quienes hacerlo y abramos nuestros brazos a la diversidad por conocer, no solo a "lo ya conocido", dando una oportunidad al mundo, al menos una. Se trata de hacernos responsables procurando que nuestras soledades sean también, con creciente frecuencia, felicidades porque, si bien una vida así puede pasar rápido, ésta será digna de ser vivida. De lo contrario nos quedará el conocido e interminable arrastre sufriente de nuestra existencia... Eso no es AMAR y eso no es VIVIR.
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(1) Hetaira: en la antigua Grecia, cortesana de elevado nivel cultural y social. Compartía mucho mas que sexo como compañera de hombres destacados y poderosos. Originalmente la palabra refiere al ser "acompañante".
(2) Pornai: en la antigua Grecia, prostituta que vendía su cuerpo en las calles por dinero. Originalmente la palabra se relaciona con el "vender".
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