Uno espera casi sin darse cuenta que las cosas ocurran como suelen ocurrir, como deben ocurrir.
Era una de esas noches en que la trivialidad era dueña de un día como todos. De ordinario la historia suele equivaler a información redundante, pero algo de bello había en los pequeños y reverberantes fragmentos del día ya fundido en noche, y esa pequeña brillantez era menos del mundo y más de alguien.
No había pensado en como sería esa noche cuando despertó en la mañana ni al asearse antes de partir para cumplir con los deberes cotidianos propios de un adulto. Una marca de almanaque con el tedio de la obligación, con motivaciones más económicas que humanas, motivaciones ajenas, anodinas...
Un hombre, un problema a resolver y una respuesta estereotipada deja huella junto a un código, no un nombre.
Otras ocho horas habían sido arrebatadas con su anuencia, cómplice. Por eso su pérdida dolía poco.
Alguna vez había pensado que no solo el dinero cerraba el círculo principal de la existencia: también lo hacía el miedo, ese que nos lleva a querer y tener entre todo tipo de seguros uno como las "prepagas"... Nunca se sabe cuando la salud declinará y para el momento en que ello ocurra, es más que conveniente contar con la cartilla de prestaciones médicas. En esencia, un nuevo ejemplo de cómo el miedo hace a la vida, a la supervivencia.
De todo esto, el día calendario había sido ajeno. Mientras caminaba cargando su cansancio, latía la inminencia del calor de hogar, y la sonrisa esperada. Simplemente el instante, el momento, el deseo de llegar a casa, relajarse, disfrutar de la cena con su mujer, que era su luz, sus cinco sentidos y también el sexto: el de la vida. Con ella había intercambiado palabras amorosas minutos antes telefónicamente, caricias sonoras plenas de calidez... de calidad.
Era costumbre en él ser sede de debates filosóficos de índole moral. Lo bueno... lo malo. Palabras vacías que rellenamos a cada instante hasta la saturación del término, o del oyente. “Predilección por pensar” - lo llamaba. Búsqueda inquieta de una guía o de coherencia, conciente de una condición palpitante en él, como en todos los hombres. Una búsqueda demasiado ambiciosa para el intervalo de una vida “al natural”, donde el lobo es un lobo para otros lobos. Por el contrario, los hombres, “en sociedad”, son hombres para los hombres. (Ojala fueran lobos: fieles y auténticos, sin moralidad, sin libertad, sin perversidad, sin situaciones límite). Ser hombre no siempre es ser humano y la frágil existencia tiende a mostrar, tarde o temprano, su veta ríspida, en honor a sí misma y en honor a la conciencia que la nombra, una conciencia de los hombres, o de los humanos. La conciencia humana tiene ribetes de una moralidad que conoce la vulnerabilidad y el riesgo y se yergue por eso en defensa de la vida. Distinta es la conciencia de los hombres.
Así las cosas. Así los pasos. El dilema de “ser o no ser” se reduce a “confiar o no confiar”: la fe nos permite ser, pero puede también aniquilarnos.
A metros de su casa vibró la sospecha pero eligió la confianza. La sospecha es ajena, heredada, en cambio su elección era suya. Escuchó un balbuceo ininteligible y una amenaza demasiado cercana, sin resquicio para el deseo de que aquello no estuviera sucediendo. La amenaza fue desconcierto y súbita confusión. Tenía forma joven de hombre, no forma humana. Cuesta pensar como humano al ser que tiene por hábito invitar a la muerte a casa de otro, erigiéndose en dueño de todos los tiempos. Sea una muerte en palabras o en hechos, un hábito quizás tan tedioso como una completa jornada laboral de oficina, repetida, infinita, un hábito acaso más libre y vívido por tratarse de un sentir propio, del impulso genuino de procurarse un sándwich o un “paco”. Se trataba de un hábito quizás titubeante, principiante, pero con la contundencia de lo que ha llegado a encarnarse, un hábito que hasta ese día parecía indudablemente más riesgoso que la acción mas osada de un simple oficinista. Es sorprendente cómo a veces se equilibra el mundo.
Difícil es pensar sin concluir que esto y todo lo demás sucede en una espiral convergente dentro de un sistema que desgasta, tritura valores cualitativos generando meras cantidades, esparcidas como vidrios rotos, pero silenciosas. ¿Cuánto contribuimos, con nuestro tedio cotidiano y por un “mensual”, a generar e imponer estos valores cuantitativos? Omitir esta pregunta es irresponsable, responderla justificando cualquier ataque a la vida, cualquier muerte anticipada, también. Las palabras no existen ante los hechos ni los reemplazan. Mientrastanto, como un virus benigno las cualidades sobreviven algún tiempo en algunos seres más que en otros, acaso por inmunidad “sociológica” o “psicológica” a las cantidades. Alguna vez se le oyó decir: "¡Maldigo a Pitágoras... todos queremos lo mismo!", con odio o desazón.
No hubo lugar para el terror. Este solo pertenece a las narraciones y las narraciones al futuro de los hechos, es decir, a los vivos, como solo son de los vivos los derechos.
Es demasiado poco decir que su indignación se hizo pensamiento. “Yo no me la paso yugando para pagar tu paco” – gritó en silencio.
La respuesta fue un estruendo y luego pasos. Pasos distintos, pasos apresurados, pasos hacia otro lado. No más reflexión ni más pregunta, mientras el frío lo invadía, junto a un dolor nuevo y último y un rojo sufrido que teñía sus ropas.
Ese mismo estruendo fue lo que interrumpió la calidez amorosa de una cena en preparación tras la medianera. Era invisible el espanto y del otro lado la esperanza efímera y la desesperación infinita. “¡Dios, que no sea él!” - rezó ella. Pero era él. Su cadáver se estremeció ante el grito desgarrador de ella al verlo inmóvil tan pronto abrió la puerta. Todo había terminado para él, que ya no era él... y un segundo después, ella tampoco era ella: su mujer, que había sido su luz, sus cinco sentidos y también el sexto: el de la vida. La víctima había sido él y el único arrebato concretado, la sonrisa de ella y para siempre. El mundo nunca lo hubiera querido. Ella tampoco.
Un mensaje destinado al mundo hay en cada acto, incluso si se trata de una agresión o resistir ante ella.
También actitudes, tolerancia, autodominio, conciencia real de los hechos, conceptos de hombres como hombres y de hombres como humanos y preguntas como las que claman: ¿cuántas muertes necesita alguien para aprender? ¿Cuántas vidas estamos dispuestos a permitirle tomar? ¿Cuántas a entregarle? Para aprender las muertes deben ser ajenas.
Se han multiplicado los minotauros y han abandonado sus laberintos… Ya no hay orden que cuidar, ya no hay Teseo posible…
Algunos hechos no tienen explicación, otros caen en un descarado reduccionismo, otros sencillamente pertenecen a la esfera de la fortuna, del azar.
Por suerte algo fue distinto el miércoles 20. Por fortuna, por azar... sigo vivo.
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